En la Feria de Sevilla
Manuel Cabral Aguado Bejarano

En la Feria de Sevilla

c. 1855
  • Óleo sobre lienzo

    73,5 x 91 cm

    CTB.1999.28

  • © Colección Carmen Thyssen-Bornemisza en préstamo gratuito al Museo Carmen Thyssen Málaga

La creación de la Feria de Abril en Sevilla, a instancia de los munícipes José María Ybarra y Narciso Bonaplata en 1847, fue un acontecimiento mercantil y festivo que ha tenido gran repercusión iconográfica en la literatura (por ejemplo, Gustavo Adolfo Bécquer) y en la pintura decimonónica y de nuestro siglo.

Pintores como Andrés Cortés, Joaquín Domínguez Bécquer o Manuel Rodríguez de Guzmán se acercaron al tema dejando una visión panorámica del acontecimiento, de su lugar de celebración, de su variopinto gentío y de sus características definitorias. También es el caso del cuadro En la Feria de Sevilla, de Manuel Cabral Aguado Bejarano, autor esencial de la pintura costumbrista sevillana con unas claves originales que señalan una personalidad definida dentro de este panorama pictórico.

Este cuadro ofrece una visión del acontecimiento en el Prado de San Sebastián, ejido de la ciudad, fuera de su perímetro urbano. En él aparecen los tipos que definen no sólo esta celebración concreta sino también los que había en una ciudad que se ofrece como singular para el viajero extranjero y nacional, así como para sus propios habitantes. Encontramos caballistas –demostración del nuevo poder conquistado por la burguesía agraria–, señores del caballo y del cortijo, que ocupan un lugar central y bien destacado en la composición. También personajes más populares, como las buñoleras, imprescindibles en este evento, que suelen adscribirse a gente de raza gitana, ataviadas con flores y trajes populares, que están aquí acompañadas por tipos masculinos con chaqueta corta y sombrero de queso, vestimentas que contrastan con las de las clases más acomodadas, más adaptadas a la «extranjerización» afrancesada del vestir. Otros personajes populares chalanean, hacen tratos de una cabalgadura junto a un redil donde aparecen otros animales –ovejas y cerdos– que ponen de manifiesto el carácter de mercado que tuvieron esos días feriados, uno de los objetivos esenciales de su creación en una ciudad que se proponía basar su horizonte económico en su rico entorno agrícola.

Además, destaca el carácter festivo del evento. Las casetas –el traslado de la vivienda a la «tienda»– iniciadas por un ascendiente de los poetas Antonio y Manuel Machado, con su animación particular, subrayando el contraste entre la privacidad y lo exterior.

Como marco arquitectónico, la ciudad: Sevilla. Definida por sus monumentos más emblemáticos: la catedral con la Giralda, los Reales Alcázares, la Real Fábrica de Tabacos y la Puerta de San Fernando (aún no derruida, pues la ciudad todavía tenía su cíngulo de murallas y puertas). En segundo término, escenas complementarias con una gran minuciosidad descriptiva.

Aun cuando otros pintores, como anticipábamos, tratan el mismo tema como algo intrínsecamente definidor de la ciudad, la singularidad del cuadro de Manuel Cabral Aguado Bejarano estriba más en el carácter documental del acontecimiento, en el aire de retrato que tienen sus figuras principales –la pareja central es similar a los personajes del cuadro Pareja serrana del Museo del Romanticismo de Madrid–, en su captación pormenorizada de trajes, caballerías y jaeces, y menos en esa ambientación cromática de influencia inglesa y murillesca.

Este cuadro completa la aportación iconográfica de Manuel Cabral a las grandes fiestas de Sevilla. También el Corpus (Procesión del Corpus en Sevilla, 1847, Madrid, Museo del Prado) y la Semana Santa (Procesión del Viernes Santo en Sevilla.Cofradía de Monserrat, 1862, Patrimonio Nacional, Sevilla, Reales Alcázares) son temas predilectos para este pintor, que con una propuesta documental de personajes y motivos define con personalidad original y destacada su singularidad en la pintura costumbrista sevillana.

Antonio Reina Palazón