Retorno de la pesca
Emilio Ocón y Rivas

Retorno de la pesca

1897
  • Óleo sobre lienzo

    76 x 130 cm

    CTB.2009.7

  • © Colección Carmen Thyssen-Bornemisza en préstamo gratuito al Museo Carmen Thyssen Málaga

Nos encontramos ante una obra de Emilio Ocón y Rivas, precursor, iniciador y maestro de la pintura marinista malagueña, además de profesor en la Escuela de Bellas Artes de San Telmo; de ahí que su pintura haya sido frecuentemente imitada tanto en el aspecto compositivo como en el tratamiento de las embarcaciones, que él recrea con un preciosismo y detalle acordes a sus conocimientos de náutica.

En Retorno de la pesca se pueden apreciar elementos esenciales de la obra de Ocón. De una parte, el plenairismo cultivado en la escuela madrileña de Carlos Haes –su principal maestro– se hace patente en este tranquilo atardecer que enmarca tareas cotidianas propias de un entorno marinero.

De otra, este paisaje se ciñe a las características generales de su pintura, es decir, una composición apaisada que utiliza la línea de horizonte para segmentar el lienzo en dos partes claramente diferenciadas. El cielo como telón de fondo; el mar como soporte del discurso principal de la obra.

La parte superior es un espacio abierto y claro que ilumina toda la composición contrarrestando la abundancia de masas de la inferior. Solamente aparece interrumpida por la verticalidad de los mástiles de los barcos y sus adrizamientos. A su vez, el agua, espejo de todo lo que en ella se refleja, también actúa como componente de luminosidad en la mitad inferior del lienzo.

La forma de tratar la atmósfera denota claras influencias de los maestros flamencos, con los que se formó cuando, becado por la Diputación de Málaga, viajó a los Países Bajos para perfeccionar su técnica.

El núcleo central de la composición lo preside un barco, elemento clave de su pintura por la importancia que le otorga en sus marinas. En este caso se trata de un pailebot, típica embarcación que se utilizaba en el transporte de cabotaje en la segunda mitad del siglo XIX. Aparecen también otros dos grupos de naves que, colocados en un plano posterior, dan protagonismo a la que se encuentra en el centro de la tríada.

Asimismo, jugando con la profundidad, sitúa una buceta arrastrada por dos pescadores sobre la arena de la playa en una zona cercana al borde inferior derecho del lienzo. De esta forma compone un primer plano que contribuye a destacar la embarcación central en la que se recrea con minuciosidad.

El color desempeña un papel muy relevante, pues fiel a su pintura realista lo utiliza para conseguir la fuerza que la composición evidencia. La paleta está bien equilibrada, juega con la contraposición entre colores fríos: azules, verdes y grises, y la calidez de los tierra acompañados de ocres y magenta, mezclando los pigmentos con gran maestría. Ya juega con la gama de los fríos entre sí, ya amalgama los azules y verdes con los cálidos en una mezcla cromática perfecta, despojando de frialdad a aquellas superficies en las que aparece. Rara vez utiliza el color puro, salvo en puntos muy concretos del lienzo en los que el pigmento se espesa para dar un toque de vivacidad.

La pincelada es suelta, transmitiendo frescura a la marina. Esto se aprecia principalmente en el mar, donde el agua en constante movimiento muestra tanto sus transparencias como las figuraciones que en ella se reflejan.

Como plenairista que trabaja directamente del natural, hace de la luz un componente muy determinante para trasladar al lienzo el paisaje que captan sus ojos. Retorno de la pesca transporta a un atardecer de la costa mediterránea en donde la brisa marina crea una atmosfera envolvente que difumina el horizonte, al tiempo que el contraluz solar en el centro del lienzo contribuye a destacar los perfiles del pailebot.

En conclusión, esta pintura, al igual que la mayor parte de su obra, destila una cierta añoranza de la mar como expresión de su frustrada vocación de marino. Añoranza y al mismo tiempo idealización pues, a través de su pintura, en el trueque de la agitada vida de marino por la más reposada y contemplativa del pintor, Emilio Ocón encontró posiblemente el equilibrio de su propio espíritu.

Amelia Esteve Secall