Manuel Wssel de Guimbarda
Lavando en el patio
1877-
Óleo sobre lienzo
106 x 80 cm
CTB.1987.28
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© Colección Carmen Thyssen-Bornemisza en préstamo gratuito al Museo Carmen Thyssen Málaga
Este lienzo ingresó en la Colección como compañero de Vendedoras de rosquillas en un rincón de Sevilla (p. *), con el que forma pareja, tanto por su formato, como por su argumento y disposición, a pesar de estar pintado cuatro años antes. Ambos son excelente testimonio de la mejor producción de Wssel como autor de pintorescas escenas costumbristas, casi siempre ambientadas en Andalucía y más concretamente en Sevilla, donde residió durante varios años.
Conocido sobre todo como retratista, pintor religioso o autor de decoraciones murales y figuras, casi siempre de tamaño natural, dentro del más estricto academicismo de las últimas décadas de siglo, este interesante artista no alcanzó la mayoría de las veces en estos géneros más que discretos resultados, mostrándose por el contrario mucho más capacitado en este tipo de atractivas escenas populares, en las que logra casi siempre su mayor interés como pintor.
En este caso muestra una apacible estampa familiar en un soleado patio de vecindad sevillano. Una mujer joven hace la colada en el pilón situado en una esquina, mientras otra de mayor edad le acerca un cesto de ropa. Junto a ellas, una familia toma el sol con sus hijos, apostados junto a uno de los pilares del patio, y observados por una vecina desde el corredor alto. El hombre atiende a su hija, que le muestra una naranja, mientras la madre acaba de dejar a su hijo pequeño en brazos de otra vecina o criada. Delante de ellos, una niña sentada contempla absorta varias gallinas y patos que comen junto a un banco repleto de macetas, entre las que destaca una pita. Resguardado a la sombra, faena un zapatero de viejo. En primer término se ven las alforjas y aperos de una caballería.
A pesar de la sencillez de su argumento, el lienzo muestra la destreza de Wssel como pintor de costumbres, al estar resuelto con unas características muy personales, que le distinguen de la legión de artistas, de la más diversa entidad, que se dedicaron por los mismos años a este género, debido a su fácil venta entre la clientela burguesa de la época por lo atractivo de sus temas anecdóticos y su colorido brillante, de evidentes resultados decorativos.
El artista concede al marco escenográfico en que se desenvuelven los personajes una presencia y proporciones poco habituales en este tipo de pinturas, dotando en este caso a la sobria arquitectura del patio, a base de sencillas vigas de madera y paredes encaladas, un protagonismo fundamental en la composición, subrayado por el propio tamaño del lienzo, al que se someten las figuras, que se ven así reducidas en su apariencia y dimensiones.
No obstante, es lógicamente en los personajes donde Wssel demuestra su especial capacidad narrativa, a pesar de lo intrascendente de la escena, así como su agudeza visual más descriptiva en la observación primorosa de los distintos tipos populares, en la que basó buena parte de su éxito en este género, y en la que hace gala de una técnica mucho más jugosa y refinada que en sus cuadros con figuras grandes, que resultan casi siempre algo deslavazadas. Así, en personajes como la niña sentada –sin duda la figura más deliciosa de toda la composición– o en objetos como las hojas de la enredadera o las propias macetas, Wssel alcanza cotas de verdadero virtuosismo, describiéndolas casi a punta de pincel con la exquisitez de un miniaturista. Por otra parte, resuelve con gran habilidad los radicales contraluces que produce el sol cegador que cae sobre el patio, con efectos de indudable acierto, como las ramas soleadas de la enredadera recortándose sobre el portalón del fondo, en profunda penumbra.
A pesar de la imprecisión del título, podría tratarse del cuadro En un patio sevillano citado por la bibliografía en paradero desconocido.
José Luis Díez