Escena costumbrista en el Alcázar de Sevilla
Manuel Wssel de Guimbarda

Escena costumbrista en el Alcázar de Sevilla

1872
  • Óleo sobre lienzo

    84 x 63 cm

    CTB.2002.4

  • © Colección Carmen Thyssen-Bornemisza en préstamo gratuito al Museo Carmen Thyssen Málaga

Aunque la obra salió al comercio como Rincón granadino representa, en realidad, la crujía norte del patio de las Doncellas en el palacio del Rey Don Pedro en el Alcázar de Sevilla, pródigo en una espléndida decoración de alicatados y yeserías mudéjares. A la derecha de la pintura se abren las puertas, de madera de pino ataujerada, pintadas y doradas, de carpintería toledana, que dan al Cuarto Real. Todo ello lo interpreta el artista con cierta libertad, no sólo en lo relativo a los complicados motivos ornamentales sino también a los aspectos puramente arquitectónicos. Así, la diferencia de nivel de la solería no está donde indica el pintor, sino entre el corredor y el patio, no representado en la pintura. El umbral del ajimez está en realidad mucho más abajo y el pintor cambia la forma de los arquillos y elimina el cimacio de la columnilla.

De este modo el cuadro no es una recreación fiel, como sí lo habían sido las pinturas de otros artistas que trataron el motivo atraídos por su belleza, como Joaquín Domínguez Bécquer; los grabados y litografías –entre los cuales la composición que más se aproxima a ésta es la que realizó en 1863 Friedrich Eibner–; y las vistas de numerosos fotógrafos, entre ellos Francis Frith, Charles Clifford, el conde de Vernay y Jean Laurent. Por el contrario, se trata más bien en esta pintura de enmarcar con un fondo de gran riqueza decorativa una escena como las que aparecen en numerosos cuadros de la pintura costumbrista sevillana. Por otra parte, Wssel se sirvió en alguna ocasión de un marco arquitectónico similar para ambientar escenas cotidianas de la vida morisca, según el gusto orientalista próximo a Fortuny que triunfó en España en esos años. En ambos casos, las obras se destinaban a una clientela anglosajona, como revela aquí una etiqueta pegada al dorso en la que aparece titulada como Street-dancer in Granada.

El pintor reúne en este lienzo, componiéndolos con artificio, un conjunto de motivos muy habituales del género, unificados por el baile flamenco, de seguro atractivo para el visitante de la ciudad. En torno a la niña que baila y toca las castañuelas y a las dos muchachas que tocan la guitarra y la pandereta se distribuyen las demás figuras, entre ellas un torero vestido con su traje de luces y una vieja gitana, que bate palmas, sentada junto a una olla de barro vidriado sobre un anafe, en la que se prepara un potaje, y una cesta de naranjas. Al fondo, una buñolera, ante una mesa en la que hay una balanza para pesar los dulces, coge con un junco uno de ellos. Los buñuelos ya preparados para la venta están sobre un lebrillo de loza, posiblemente de Triana. Al tiempo, se fríe otra tanda, como indica el humo que aparece a la izquierda.

Para animar la composición el artista dispone diagonalmente tres grupos de figuras. Aunque hay claras incorrecciones de dibujo en la buñolera y en la niña, que aparece desproporcionada, otras figuras, que tienen un aire ensimismado propio del pintor, son muy bellas. El colorido se organiza de modo que los tonos más claros están en el centro, en tanto que los personajes de mayor carácter, los gitanos de la izquierda, resaltan con fuerza sus siluetas más oscuras sobre el fondo. La ejecución, muy cuidada en algunas figuras, como la bailarina con la pandereta, desmerece sin embargo en otras, como la buñolera.

Tienen gran protagonismo los trajes, vestidos de faralaes y mantones de las mujeres, con mantilla de blonda en el caso de la niña, y pendientes de coral o de oro. Su colorido esmaltado y la riqueza de su gama son característicos de las pinturas del artista, influido en ello por Fortuny, a quien trató de cerca en 1870. En esta obra muestra su predilección por los azules y violetas fríos con un efecto como de lavado o acuarela que dan a la pintura una elegancia que debía de ser muy del gusto inglés.

Javier Barón