En la Feria de San Isidro
Manuel Rodríguez de Guzmán

En la Feria de San Isidro

c. 1860-1867
  • Óleo sobre lienzo

    51 x 41 cm

    CTB.1999.87

  • © Colección Carmen Thyssen-Bornemisza en préstamo gratuito al Museo Carmen Thyssen Málaga

Dos hombres, dos mujeres y un niño, junto a un jumento prácticamente fundido con la oscuridad del lateral izquierdo provocada por una masa arquitectónica en sombra, forman un grupo más bien estático, de poca acción. Mientras el niño, descalzo y en camisa, sostiene una bolsa para recibir las monedas correspondientes a la transacción, uno de los hombres ha sacado de la alforja y muestra a las muchachas, para su venta, unas castañuelas, acompañándose la acción de la mirada de complicidad que una de las dos damiselas, la de la derecha, intercambia con el espectador; gesto que nos convierte a nosotros en inevitables mirones de la escena. El otro hombre, elegantemente ataviado, y, de seguro, acompañante de las damas, asimismo bien vestidas, asiste de forma pasiva al episodio. El colorido de los trajes es suntuoso, oscilando del rojo al azul con algún tono pardo, como el de la lujosa chaqueta del hombre escolta. En cuanto al asunto reproducido, el mismo no refleja un jolgorio colectivo, no responde a esas concentraciones de gentes con motivo de ferias anuales que dan lugar a la aparición de la fiesta en forma de comidas al aire libre, bailes y cantes, con viandas y bebidas servidas en improvisadas tabernas, tal como se han descrito las representaciones de ferias o romerías populares que, sin embargo, en otras ocasiones con tanta maestría plasmó este pintor.

Aquí, al contrario, estamos ante una escena desde luego también costumbrista, pero de aspecto más cotidiano e intrascendente, y en un marco urbano cuyos edificios no autorizan a una identificación precisa sin más: la parte iluminada reproduce construcciones genéricas del momento (de la década de 1860, precisa Méndez) y solamente la cúpula y la edificación aislada de la derecha, de color tierra o tapial y con aspecto de caserón manchego (pese al fantasioso arco de herradura) parecen querer ser referentes. De ser así, la cúpula, pese a lo llamativo del costillar, sería traslación libre de San Francisco el Grande en Madrid, ubicación capitalina que se reforzaría con la casa de tipo castellano-manchego como pervivencia de los edificios con dicho aire desde el Madrid de los Austrias. Por otro lado, también aquí es perceptible ese «desenfado técnico de evocación goyesca» derivado tal vez de sus contactos con Eugenio Lucas, según Valdivieso, aunque además se ha apuntado la influencia del otro gran goyesco madrileño, Leonardo Alenza, a quien se le cita como amigo. Precisamente el fallecimiento de este último en 1845 ha hecho sospechar a Méndez una temprana toma de contacto del sevillano con Madrid antes de un primer viaje a la capital en 1852, aunque con regreso temporal a Sevilla en 1853. Será por tanto obra posterior a ese año de 1853 en que se ubica el traslado definitivo de Sevilla a Madrid, y hasta podría admitirse que perteneciera al grupo de cuadros de ambiente andaluz que asimismo se ha señalado que sigue pintado en la capital.

Méndez, que sin embargo no duda en establecer que el cuadro pertenece a los temas de costumbres madrileños que el pintor hace a partir de su viaje a la corte, añade que fue una de sus escenas predilectas la Feria de San Isidro, y que aquí se sustituye el paisaje habitual de sus cuadros por una vista de las calles y edificios del Madrid de la década de 1860.

Esteban Casado