En el palco
Eugenio Lucas Villaamil

En el palco

s.f.
  • Óleo sobre lienzo

    90 x 100 cm

    CTB.2013.8

  • © Colección Carmen Thyssen-Bornemisza en préstamo gratuito al Museo Carmen Thyssen Málaga

Eugenio Lucas Villaamil, pintor escasamente conocido y poco valorado, desarrolló la mayor parte de su carrera durante el último tercio del siglo XIX, época en la que confluyen diversas corrientes estéticas en el panorama pictórico nacional. Villaamil es digno representante de un grupo de pintores madrileños que dan continuidad a los temas castizos de influencia romántica y herencia goyesca y que habían tenido tan buena acogida a lo largo del siglo. De su vida y su carácter, así como de su admiración por el trabajo de su padre, el pintor romántico Eugenio Lucas Velázquez, tenemos noticias a través de las narraciones de José Lázaro Galdiano, quien fue su mecenas y que relata, entre otras muchas anécdotas, cómo la morada de Lucas «el joven» estaba repleta de cuadros de su progenitor. Esta admiración del hijo, que sólo compartió con su maestro doce años de vida, se traduce en una emulación de su estilo, el empaste o la paleta de color y, sobre todo, en la recreación de muchos de sus temas e iconografía. A ambos, a su vez, les unía una profunda admiración por el genio de Goya. En el palco es un magnífico ejemplo de la confluencia de estas tres realidades: la impronta goyesca, el influjo paterno y la actualización de la temática y el estilo conforme a las nuevas corrientes y a su personalidad como pintor.

De su vida y su carácter, así como de su admiración por el trabajo de su padre, el pintor romántico Eugenio Lucas Velázquez, tenemos noticias a través de las narraciones de José Lázaro Galdiano, quien fue su mecenas y que relata, entre otras muchas anécdotas, cómo la morada de Lucas «el joven» estaba repleta de cuadros de su progenitor. Esta admiración del hijo, que sólo compartió con su maestro doce años de vida, se traduce en una emulación de su estilo, el empaste o la paleta de color y, sobre todo, en la recreación de muchos de sus temas e iconografía. A ambos, a su vez, les unía una profunda admiración por el genio de Goya.

En el palco es un magnífico ejemplo de la confluencia de estas tres realidades: la impronta goyesca, el influjo paterno y la actualización de la temática y el estilo conforme a las nuevas corrientes y a su personalidad como pintor.

El recurso de situar un relativamente numeroso grupo de figuras tras una balaustrada ya había sido utilizado por el maestro de Fuendetodos en los frescos de la ermita de San Antonio de la Florida. No obstante, el tema iconográfico queda fijado con las Majas al balcón, claramente latente en esta obra, si bien aquí ha perdido cualquier atisbo de matiz moralizante. La idea del coqueteo de las mujeres que se asoman, seguras de ser observadas, la charla animada y el galanteo, fueron asuntos tratados en numerosísimas ocasiones por Eugenio Lucas Velázquez. De hecho son motivos recurrentes que reproduce en muy diversas versiones a lo largo de su carrera. En el palco reúne distintos recursos ensayados por Lucas «padre» en lienzos como: Charla en el palco y Comentando en el palco, ambas en el Museo Cerralbo de Madrid, Mujeres al balcón del Museo de Perpiñán o El palco de las presidentas, del Museo Nacional del Prado. En todos ellos se repite el recurso del antepecho como elemento auxiliar en el planteamiento de los sucesivos planos, si bien las soluciones compositivas difieren. En este caso, el pintor privilegia a dos de sus protagonistas, situándolos en el lado más próximo al espectador: el torero que charla ufano con la maja y la vendedora de naranjas, que descansa sentada mirándonos con simpatía y cierto descaro, buscando nuestra complicidad.

Tras la línea horizontal que divide rotunda la obra, se sitúan el resto de figuras agolpadas en distintos planos, en actitudes festivas unos, solemnes otros. Lo cierto es que todo el friso de personajes presentados parece formar parte de un acompasado cuadro teatral. La sucesión de estudios fisionómicos, gestos, posturas, actitudes y atuendos, unido a ciertos detalles como el lenguaje de los abanicos, conforman una elocuente secuencia dramática. Lo que aquí se muestra es el discurrir despreocupado de una cotidiana y popular tarde de toros, animada por el detalle del galanteo y los toques castizos.

Destaca la cuidada armonía cromática de colorido claro, brillante en ocasiones, que sabe combinar con un estudiado contraste.

El resultado es una agradable escena desprovista de connotaciones críticas, morales o cualquier otra distinta a la de ofrecer una imagen pintoresca e intrascendente, singularmente atractiva para el público burgués, cautivado en este momento por la pintura de casacón. Predomina aquí el tono amable, la factura acabada, la habilidad en la composición y una especial atención hacia el color. Más allá de estas peculiaridades, el rasgo que distingue el estilo y la personalidad de Lucas Villaamil será su concepción escenográfica de la pintura, a la que él mismo asiste como espectador y que nos acerca complacido, para involucrarnos en ella.

Asunción Cardona Suanzes