Al escondite
Vicente Palmaroli

Al escondite

s.f.
  • Óleo sobre tabla

    70 x 92 cm

    CTB.2013.12

  • © Colección Carmen Thyssen-Bornemisza en préstamo gratuito al Museo Carmen Thyssen Málaga

Los pasatiempos galantes de los aristócratas del Antiguo Régimen –entretenimientos al aire libre o juegos de salón– fueron los argumentos favoritos de la pintura de tableautin. Palmaroli destacó internacionalmente en este género durante una larga década, entre 1872 y 1884, con obras como ésta, que sumaban el atractivo de evocar también el arte del célebre Fortuny. Tras la caída del rey Amadeo de Saboya en España, en cuya corte Palmaroli había desempeñado un papel muy destacado, y después de la desaparición del reputado maestro catalán, con el que le había unido una estrecha amistad, el pintor se instaló en París atendiendo a un mercado artístico muy amplio que todavía demandaba obras fortunianas.

En un sugestivo escenario un muchacho baja las escaleras hasta un patio, buscando al resto de las participantes en el juego que da título a la obra, mientras los otros ocupantes del suntuoso decorado leen o meditan. Sus jóvenes compañeras, modelos habituales y reconocibles en muchas otras obras del autor, se esconden interrumpiendo a un viejo lector y a un religioso. Todos están vestidos a la moda del siglo XVIII, pero el protagonismo de la pintura lo acapara por completo la arquitectura en la que se desarrolla la acción, inspirada directamente en la Alhambra de Granada. No puede decirse, sin embargo, que su representación remita a la monumentalidad del famoso palacio nazarí, sino más bien al contrario. En realidad parece una reducción decorativa, hecha a la medida de los patios burgueses que la recordaban a pequeña escala en Madrid –como los desaparecidos del palacio de la duquesa de Alba o del palacio del duque de Anglada–, en Londres o en París, con mucho éxito. Efectivamente, la imagen arquitectónica es una fusión de la fachada llamada de las Dos Hermanas del Patio de los Leones con la del pórtico de la Torre de Comares, si bien Palmaroli incorporó sobre el capitel de la primera columna de la derecha un detalle erudito: el águila de Carlos V, presente en las reposiciones mudéjares de tiempos del emperador en los paños de azulejos del Mexuar.

Esta evocación granadina remite a Fortuny, cuyo recuerdo se hace evidente en el tratamiento de algunas de las figuras, y sobre todo en la descripción de las macetas con plantas del primer término, que parecen citar directamente las de las obras del pintor catalán, sobre todo las malvas reales. Aunque la sombra de Fortuny sea tan vívida y prolongada, Palmaroli, extraordinariamente dotado para el dibujo y para la imitación estilística, resuelve la pintura con una ejecución muy genuina, concentrada en subrayar la suntuosidad de las entonaciones y el dibujo preciso con el que describe la decoración, que le aleja de la pincelada prieta y jugosa del maestro. Así, el pintor madrileño despliega su extraordinario preciosismo a través de una ligerísima película de pintura, a veces casi transparente, que permite detectar a simple vista el dibujo preparatorio de esta composición, notable ejemplo de la altura artística que alcanzó en esta faceta de su producción.

Divertimentos como éste, que con argumentos anecdóticos e intrascendentes permitían a los artistas exhibir todo su virtuosismo tanto en el manejo del dibujo como en el del color, gozaron de un gran éxito en París y fueron muy buscadas por agentes como Samuel P. Avery y George A. Lucas, que encontraron en ellas las adquisiciones más adecuadas al gusto de sus clientes norteamericanos. Palmaroli estableció con esos agentes relaciones comerciales que le permitirían amasar una pequeña fortuna y acuñarse cierto prestigio internacional. Además, el pintor abasteció a la casa Goupil de otro buen número de pinturas, algunas de las cuales, como la de la Colección Carmen Thyssen –tal y como atestigua una de las etiquetas originales que todavía conserva en el dorso–, fueron puestas en el comercio norteamericano a través de las oficinas de la casa en Nueva York. Por todo ello, no es extraño que las pinturas de Palmaroli inspiradas en la Alhambra, o en otros argumentos de interés entonces, pasasen por algunas de las más reputadas colecciones neoyorquinas, como sucedió con la titulada Souvenir of Grenada, que perteneció a la colección del magnate James Gordon Bennett (Jr.).

Carlos G. Navarro