Artistas

Valeriano Domínguez Bécquer

Sevilla, 1833 - Madrid, 1870

  • Pelando la pava

    1863

Hijo del pintor José Domínguez Bécquer (1805-1841) y Joaquina Bastida y Vargas (†1847), y hermano del poeta Gustavo Adolfo (1836-1870), nació en Sevilla. Huérfano muy pronto, y siguiendo la tradición familiar, se educó como pintor con Joaquín Domínguez Bécquer (1817-1879), primo y colaborador de su padre. Como José y Gustavo Adolfo, usó el apellido Bécquer y, como ellos, murió joven, a los treinta y seis años, en Madrid, tres meses antes que su hermano.

La profesión de pintor en Sevilla por esa época era rentable gracias a la demanda de los viajeros que pasaban por la ciudad y se llevaban como recuerdo cuadritos con vistas y tipos sevillanos. Valeriano se dedicó a este tipo de pintura con éxito durante unos años, pero –inquieto como el poeta– pronto encontró la ciudad demasiado estrecha para sus aspiraciones y decidió viajar a Madrid en 1862, un año después de separarse de su mujer, Winifreda Coghan, con la que vivía desde 1855, tenía dos hijos y con la que se había casado en 1861. En la capital los dos hermanos pasaron juntos unos años más llenos de penurias económicas que de éxitos, y colaboraron en varios proyectos para revistas ilustradas.

A través de Gustavo Adolfo, Valeriano consiguió en 1865 una pensión del Ministerio de Fomento para recorrer España y pintar las costumbres que se estaban perdiendo con la llegada del ferrocarril y la incipiente industrialización. Así viajó por Aragón y Castilla, y pintó El chocolate, La carreta del pinar, La fuente de la ermita (1867)..., una serie de obras en las que recoge con absoluta fidelidad y con un afán más etnográfico que pintoresco las tradiciones y los trajes de las zonas que visita. Lejos del costumbrismo sevillano en el que se había formado –anecdótico, ligero y tópico–, Valeriano aborda estos temas con seriedad y con un empaque que da un aire monumental a sus figuras, ausente por completo en la pintura andaluza.

Retratista desde su etapa sevillana, algunas obras de Valeriano Bécquer de este tipo, como el Retrato de Gustavo Adolfo (1862) o las Niñas del Museo del Prado y el de su hija Julia (1866, Madrid, Museo Lázaro Galdiano), demuestran la calidad del pintor, muy superior a la mayoría de sus contemporáneos y sólo equiparable a la de Federico de Madrazo. También en los retratos de grupo Valeriano ocupa un lugar muy destacado con escenas como El pintor carlista y su familia (1859, Madrid, Museo del Prado) y, sobre todo, Interior isabelino (1856, Cádiz, Museo de Bellas Artes), lleno de evocaciones de la mejor pintura española –religiosa– del siglo XVII y en el que ha sabido crear un ambiente doméstico de intimidad muy poco frecuente entre sus contemporáneos.

Precisamente gracias a él conocemos no sólo la imagen «oficial» de Gustavo Adolfo –por el retrato que se conserva–, sino también la intimidad familiar de los dos artistas, que Valeriano captó en dibujos como los realizados en el monasterio de Veruela durante las muchas estancias de ambos en ese lugar.

Valeriano, uno de los pintores más originales del siglo XIX español, poco conocido y poco valorado todavía, nos dejó una de las escasísimas representaciones de la Revolución de 1868, en Cádiz, un dibujo donde se ve la flota en el puerto. Después de «la Gloriosa» hizo una serie de ochenta y nueve acuarelas muy críticas con Isabel II y su «corte de los milagros», también en colaboración con Gustavo Adolfo, que se ocupó de las letrillas, en un álbum que firmaron de forma conjunta como «Sem» y titulado por ellos Los Borbones en pelota.

María de los Santos García Felguera