Paraísos y paisajes en la Colección Carmen Thyssen de Brueghel a Gauguin

31 de marzo - 7 de octubre de 2012
Las cataratas de San Antonio
Albert Bierstadt

Las cataratas de San Antonio, c. 1880-1887

Óleo sobre lienzo, 96,8 x 153,7 cm CTB.1980.8

«¿Pero acaso se pueden eliminar las obras de la naturaleza, los hitos levantados por los elementos eternos? ¿Tienen algún pasado que el artista sea capaz de conservar para las generaciones futuras? Que lo decida este cuadro. Tenemos delante las cataratas de San Antonio, tal y como rugían frente a una vacía soledad en el año de 1853, cuando George Catlin las visitó e hizo bocetos de las mismas. ¿Quién sería capaz de reconocer la identidad entre esta hermosa escena salvaje y las cataratas de San Antonio en la actualidad?».

La elegíaca imagen de Las cataratas de San Antonio, pintada pocos años antes de la conferencia de Matthews, refleja la misma impresión de tiempo y naturaleza virgen desaparecidos. Se trata de una escena inventada, de «hermosura salvaje» natural como la arcadia de Claudio de Lorena, con su brumosa luz dorada, el encuadre convencional de los árboles y las figuras pensativas a la izquierda. A diferencia de Catlin, Bierstadt visitó las cataratas mucho tiempo después de que el «vacío» paisaje se hubiera convertido en un recuerdo. Cuando viajó a Minnesota en la década de 1880, estaban rodeadas por la floreciente ciudad de Minneapolis. Las exageradas dimensiones que les da Bierstadt tal vez reflejen la ambición de sus instintos, así como sus recuerdos de las cataratas del Niágara, que había visto por primera vez en 1869.

Se ha propuesto que el hombre solitario y de negro, en pie sobre el crestón en la parte inferior central representa al padre Hennepin, el misionero franciscano que descubrió las cataratas y las bautizó en memoria de san Antonio de Padua, mientras estuvo prisionero de los indios sioux en 1680. A lo largo de su carrera, Bierstadt ejecutó múltiples composiciones sobre el tema de los descubrimientos, entre las que cabe citar un mural de 1875 para el Capitolio de Estados Unidos. Tanto si se trata de un intruso como de un espectador contemplativo, la presencia de este personaje en el cuadro no queda resuelta. Como observaba Novak, la naturaleza está siendo «contemplada por las pequeñas figuras que meditan en estos paisajes sin darse mucha cuenta ni de los aspectos negativos de la naturaleza ni del potencial destructivo de la “cultura”, simbolizado por […] la figura del propio hombre».

Elizabeth Garrity Ellis