Artistas

Salvador Clemente Pérez

Cádiz, 1859 - Madrid, 1909

  • Día de mercado

    s.f.

Aunque clasificado en la escuela sevillana, su formación inicial tiene lugar en la Escuela de Bellas Artes gaditana, donde obtiene diversos premios en sus clases superiores. La Escuela, en tanto consecuente extensión docente de la Academia Provincial, se había beneficiado del progresivo amejoramiento de ésta cuando en 1854 asciende al rango de primera clase desde la situación en que se hallaba por el decreto de 1849, en el que Gobierno había establecido Academias Provinciales de Bellas Artes de segunda clase en trece ciudades, entre las cuales Cádiz: asociada al desarrollo del realismo, la figura del director, el pintor de historia Ramón Rodríguez Barcaza (1820-1892), fomentó la actividad docente de la Escuela, abriendo con sus éxitos nuevas perspectivas a los discípulos. Así, con el logro de una medalla de bronce por un Bodegón en la exposición local de 1879, Clemente decide trasladarse a París, donde recibe lecciones de Léon Bonnat y Francisco Domingo. Este último expandió su influencia y encarriló –en cuanto foco polarizador– la adscripción al tableautin de entre los llegados a París, no solamente de Clemente, sino también del pensionado allí por la Diputación gaditana José Morillo Ferradas (1853-1920), de José Parada Santín (1857-1923) y, algo después, de los hermanos Miralles Darmanin (Enrique y José) y de Domingo Muñoz Cuesta (1850-1935). Ejemplo de este tributo a la estética «Luis XIII», de «casacón» seiscentista en la etapa parisina de Clemente, es Caballero de la corte de Luis XIII.

Regresa a España y se establece definitivamente en Sevilla en 1880, integrándose en la vida artística de la ciudad al aparecer en 1887 como tesorero de la Academia Libre de Bellas Artes y con domicilio particular en c/ Rábida n.o 11, principal izquierda, según el correspondiente anuario. Pero su biografía tiene tal vez el más pintoresco episodio en el corto magisterio ejercido sobre un joven Juan Ramón Jiménez (1881-1958) cuando el poeta de Moguer se traslada a Sevilla a los catorce años (otoño de 1896) para aprender la técnica de la pintura. Allí cumplió los quince en diciembre de ese año, y en el verano siguiente (1897) abandonó los estudios en el taller de Clemente, aunque siguió pintando en su casa, si bien para entonces ya había ido cimentando su definitiva vocación por la poesía. Sus recuerdos no son precisamente piadosos con el pintor, al que tacha de falta de aplicación: «…y la guitarra y las coplas eran el ornamento de la tarde. Mi maestro [Clemente] apenas pintaba tampoco –y tenía talento, pero era un fracasado–. Yo no sé con qué intuición procuraba llevármelo de allí, yo quería que trabajase, que pintase grandes cosas, lo que yo soñaba. Me ponía muy contento cuando iba a empezar un trabajo, pero lo que hacía era siempre un fracaso ante lo que soñaba. Yo creo que no seguí pintando porque el ambiente me mató la esperanza. Si en vez de ir a aquel estudio empiezo con un gran maestro, quizá hoy sería un gran pintor». Algún estudioso de esta vertiente de Juan Ramón pintor (María Carrera Pascual, continuando en dicha faceta un estudio previo de Ángel Crespo) matiza que tal juicio negativo (derivado únicamente de las confidencias juanramonianas) debiera cotejarse con los de otros alumnos, si es que los tuvo (y que extraña que el poeta no haga mención de condiscípulos o amigos coetáneos que también aprendieran por entonces la pintura, como podría haber sido el caso de su paisano Vázquez Díaz [nacido en 1882]); asimismo, que aunque tengamos que aceptar que Clemente era un mal profesor y un pintor de escasa sensibilidad, hemos de suponer que animó a su discípulo a copiar a los maestros y a tratar todos los temas de sus propias obras: el retrato, el paisaje con y sin figuras o el bodegón, y particularmente, las escenas costumbristas que nuestro pintor tanto gustó de representar (y precisamente a partir de su asentamiento en Sevilla en 1880, añadimos); en suma, que el mal ejemplo de Salvador Clemente no hubiera bastado para desanimar a Juan Ramón de no estar éste ya desanimado.

Dicho ya que a su vuelta a Sevilla se dedicó a practicar el costumbrismo –bien que de acuerdo a una concepción todavía preciosista, de calidades y volúmenes nítidos y precisos–, cabe señalar que algún testimonio coetáneo (o casi, de 1929, como es el libro de Cascales) advierte que los trabajos favoritos del pintor fueron siempre los efectos de luz (aun practicando otro géneros), siendo una notabilidad en los fondos de sol según los elogios de la prensa de la época. Reseñas, en efecto, como la del Boletín Gaditano de 24 de julio de 1882 para el que debió ser el cuadro que más renombre le dio, Volverán las oscuras golondrinas, a partir de la conocida rima de Bécquer, testimonian el cierto eco que debió tener en algunas publicaciones periódicas. Así es también como aparece otra obra suya Rosas del tiempo (un retrato femenino con rosas) elogiada en un diario sevillano, y el testimonio de una probablemente corta estancia en Granada en la reseña que hace El Defensor de Granada (n.o 750) sobre una visita al estudio del pintor para ver su producción en ese tiempo de permanencia en la ciudad de los tres ríos. Igualmente el elogio a Los pavos en El Fígaro de Sevilla (n.o 597), o a Petenera en el también sevillano diario La Andalucía (n.o 8.476). De la relación de pinturas que el mencionado Cascales proporciona (dentro de la cual va la tradicionalmente citada La feria de pájaros [de la Alfalfa de Sevilla], «primor de color y de ejecución», presentada al concurso organizado en 1882 por el periódico El Porvenir), llama la atención su proyección exterior, o sea, las vendidas en el extranjero: en Uruguay incluso al presidente de la República; en Londres a un mister, cuyo nombre también se recoge, al igual que el del ministro plenipotenciario de Estados Unidos que asimismo le adquiere un cuadro, y hasta de Berlín se le compra obra. (Una pintura suya no especificada del Museo Nacional de Bellas Artes de Buenos Aires se expuso al lado de otras de la misma pinacoteca de pintores como Zuloaga [su Vuelta de la vendimia], Román Ribera, Manuel Benedito y otros, en una muestra de julio de 2008 en la finca Salentein, valle de Uco, Mendoza, Argentina.)

Clemente probó fortuna en las Exposiciones Nacionales de Bellas Artes en una sola ocasión, en la de 1897, obteniendo una de las menciones honoríficas por la única obra que presenta, Para el mercado (62 x 90 cm, n.o 250 del catálogo). Fallecerá en Madrid el 18 de marzo de 1909. Además de las listas de títulos de sus obras que las distintas reseñas del pintor vienen citando, cabe recoger aquí algunos de los que actualmente se conocen de las noticias de subastas, como un Paisaje (acuarela/papel de 13 x 8 cm, Madrid, Sala Retiro, 11/III/2008, lote n.o 505), Niños con burros y pavos (óleo/tabla de 19 x 31,5 cm, Madrid, Subastas Segre, 13/VII/2007, lote n.o 44.298), Manola (óleo/lienzo de 73 x 51 cm, Montevideo, Castells & Castells, 15/XI/2006, lote n.o 45), Cuidando a los animales (óleo/tabla de 24 x 14 cm, Londres, Sotheby’s, 14/XI/2006, lote n.o 74), Balcón de Sevilla (óleo/lienzo de 136 x 71,2 cm, firmado y fechado: «S. Clemente/Sevilla 1883», Sotheby’s de Londres, 16/XI/2005, lote n.o 102), Carretas con toldo (óleo/tabla de 9,84 x 1683 cm, Nueva York, William Doyle, 2/IV/2003, lote n.o 53), En la fuente (óleo/lienzo de 89,50 x 46 cm, Sotheby’s de Londres, 19/XI/2001, lote n.o 204), Terraza de café (43,18 x 58,42 cm, Nueva York, Sotheby’s, 1997, lote n.o 186), y Paisaje con pastora (óleo/lienzo de 83 x 166 cm, Madrid, Ansorena, 31/XII/1991). Clemente, por último, tiene una cierta faceta de ilustrador que podemos ejemplificar en los dibujos del libro de Manuel Cano y Cueto El hombre de piedra (con prólogo de Siro García del Mazo y dibujos de Salvador Clemente, Madrid, 1889), libro de poemas sobre una leyenda a partir de un trozo de estatua ubicado en una calle sevillana del mismo nombre que la leyenda y el título del libro. Las ilustraciones son sobre todo orlas que abrazan el bloque del texto, al modo de las antiguas miniaturas, dibujos al final de los correspondientes apartados o –en formato apaisado– encabezando la página de comienzo de tales capítulos. Van firmadas y fechadas en ese mismo 1889.

Esteban Casado