Paisaje de La Jara
Manuel García Rodríguez

Paisaje de La Jara

1910
  • Óleo sobre tabla

    16 x 25 cm

    CTB.1999.66

  • © Colección Carmen Thyssen-Bornemisza en préstamo gratuito al Museo Carmen Thyssen Málaga

Con una dedicación prácticamente monográfica al paisaje y adscrito a la generación de artistas que desarrollaron su actividad durante la segunda mitad del siglo XIX en Andalucía, al pintor Manuel García Rodríguez podría considerársele como una destacada figura dentro de la reducida lista de los pioneros del paisajismo. Una dedicación que fue desde luego intensiva y extensiva, con estancias prolongadas en distintos puntos de la geografía regional, con una amplísima producción repartida en una serie de etapas, que culminan con un luminismo más o menos descriptivo, aderezado con retazos de tipos y escenas más o menos costumbristas, y que, por lo general, refieren lugares pintorescos, de evocación histórica o idílicos rincones; descubiertos y ejecutados de una manera preciosista para el placer visual del espectador.

Tras años anteriores de ejercicios de pintura de paisaje desarrollados en las inmediaciones de la capital andaluza y en los entornos de la ribera del río Guadaíra, al lado del también pintor sevillano Emilio Sánchez-Perrier, es a partir del establecimiento definitivo del ramal de ferrocarril El Puerto de Santa María-Sanlúcar de Barrameda en las últimas décadas del siglo XIX, cuando puede decirse que nuestro pintor desarrolla un episodio continuado dedicado a los paisajes de los entornos de la desembocadura del Guadalquivir, teniendo Sanlúcar y La Jara por epicentros.

El impulso definitivo de la conclusión del circuito del denominado como «tren de la costa» –que permanecería activo hasta el año 1984 en que fue desmantelado definitivamente por su escasa rentabilidad–, vino de la mano de una compañía de capital belga que fue la encargada de la conclusión y explotación de la línea Puerto Santa María-Rota-Chipiona-Sanlúcar de Barrameda. Un tren cuya lenta marcha permitía disfrutar al completo de la belleza de los parajes de la bahía gaditana, hasta entonces inéditos para los habitantes de las grandes ciudades. Pero no será hasta la fecha de 1898 cuando se hará aún más notable la presencia de los artistas sevillanos cultivadores de esas temáticas en la costa. La línea comprendía una serie de estaciones y apeaderos, uno de ellos en La Jara, cercano ya a Sanlúcar. Cuya construcción industrial a dos aguas puede reconocerse al lado de una esquemática locomotora con chimenea humeante a la derecha de la composición de esta tablita de reducidas proporciones, entre fincas, caminos rurales y viñas frente al mar. Un tipo de ejercicio directo del natural en la línea de producción de otros artistas también paisajistas del circulo sevillano como el mismo Sánchez-Perrier, José Arpa, Rico Cejudo, Gil Gallangos, o algo más tarde y estrechamente ligado a La Jara Manuel González Santos.

Lo inédito de estos nuevos paisajes andaluces atraerá a Manuel García Rodríguez de tal manera que hará acto de presencia en los años de la última década, focalizando sus trabajos de pintura en toda la costa de Cádiz. Especialmente en las cercanías de Sanlúcar: por aquellas fechas una pujante y aristocrática localidad, pionera en Andalucía de los –entonces muy en boga– «baños de mar». Sanlúcar fue sede de placenteros veraneos en los que se participaba de una rústica vida rural junto a la luminosa y refrescante costa en la desembocadura del Guadalquivir frente a Doñana.

La conexión con la localidad, tradicionalmente mediante vapores que enlazaban a diario con Sevilla y mediante la novedosa línea de ferrocarril, fue un hecho decisivo que facilitó la concurrencia de veraneantes de un cierto tono social procedentes de Jerez y Sevilla, que acudían al calor de una innegable «corte de verano», animada ésta con la presencia de los duques de Montpensier que habitaban anualmente su palacete en Sanlúcar durante los meses de estío. La asimilación de esta mentalidad salutífera fue produciéndose de manera paulatina y haciéndose poco a poco extensiva entre la población andaluza que aspiraba a gozar de temporadas en la costa; un proceso paralelo al desarrollo de una pintura atraída por los temas rurales y de costa, realizadas al aire libre.

Anteriores a la fecha de esta tablita se conocen una serie de vistas precisamente de playas de Sanlúcar y rincones de costa, debidas también a Manuel García Rodríguez. Esta tablita en concreto, de reducidas dimensiones, da testimonio de un ejercicio directo sobre el motivo en La Jara, un lugar especialmente elegido por residentes veraniegos que alquilaban o poseían fincas rústicas en donde se convivía con la vida campesina entre viñas, huertas y cañaverales, junto a las inmediaciones del mar. Fechada en 1910, se trata de ejercicio claramente plenairista, en donde el encuadre con el mar al fondo resume un escenario rural sin especial significación. El pintor recoge una sensación luminosa de la costa mientra analiza luces y planos de verdor entre arboledas, caserío y viñas, todo ello mediante mezclas de tonos encontrados en la paleta depositados de inmediato sobre la tabla de una manera directa e instintiva. Lo cual confirma una plástica directa e instantánea que lo acerca especialmente al método empleado por los impresionistas franceses, o directamente con el estilo en España de un Beruete o Sorolla. Una técnica luego aceptada y difundida internacionalmente como una de las claves plásticas del paisajismo moderno.

Recordemos que Andalucía por esas mismas fechas ya ha sido visitada por muchos pintores viajeros, en especial extranjeros, pero también nacionales, que cultivaron esa técnica luminista de una manera fehaciente. En este sentido, hay que mencionar la presencia emblemática del valenciano Joaquín Sorolla, con continuas sesiones en los jardines del Alcázar de Sevilla, o con su obra < span class="em">Vista de Sevilla desde el puente de Triana, a partir del año 1908, bajo cuya sugestión hay que entender la asimilación en Andalucía de este tipo pinturas luministas.

Juan Fernández Lacomba