Galanteo en un puesto de rosquillas de la Feria de Sevilla
Rafael Benjumea

Galanteo en un puesto de rosquillas de la Feria de Sevilla

1852
  • Óleo sobre lienzo

    35 x 30 cm

    CTB.1995.117

  • © Colección Carmen Thyssen-Bornemisza en préstamo gratuito al Museo Carmen Thyssen Málaga

El costumbrismo decimonónico andaluz, cuyos precedentes pictóricos se remontan al menos a la centuria anterior, constituye la seña de identidad artística y cultural de una región caracterizada por el pintoresquismo alegre y colorista en el que se funde la tradición rural con la naciente burguesía. La Feria de Abril de Sevilla, explosión profana de alegría primaveral tras la austeridad de la Semana Santa, aglutinó ambas culturas desde su creación en 1847. Por esto, los pintores románticos sevillanos vieron en su representación el ideal iconográfico no sólo de autocomplacencia popular sino también la imagen buscada por los viajeros que llegaban a la ciudad como turistas.

Rafael Benjumea pertenece a la nómina de pintores sevillanos de pleno romanticismo. Formado en la Escuela de la Real Academia de Nobles Artes de Santa Isabel, en la que cursó diversas enseñanzas y obtuvo premios, se dedicó pronto al cultivo de la pintura de costumbres sevillanas, insertándose así en una práctica común desde comienzos del siglo XIX. Ello no fue óbice para que cultivase también y simultáneamente el retrato por su vinculación con el palacio de San Telmo, sede de la corte de los Montpensier, a cuyo servicio estuvo para realizar verdaderos cuadros de «historia contemporánea» a modo de «reportajes pictóricos», que le proporcionaron fama y dinero.

Consciente de la importancia de la representación ferial, el pintor acomete esta imagen como aportación convencional a las numerosas representaciones que se habían hecho poco antes por la primera generación romántica sevillana y a su vez como precedente de las posteriores de pleno regionalismo.

Benjumea ha compuesto la escena en clave popular mostrando el ambiente ferial que ayer como hoy está animado tanto por el cante y el baile como por la comida y bebida. De esta suerte, sitúa en primer término la trilogía clásica formada por la vendedora ambulante, de espalda y con mantoncillo de flecos, sentada en silla de enea y ofreciendo rosquillas a la joven pareja formada por el majo de largas patillas, sombrero calañés y embozado en su capa; y la maja, a su izquierda, vestida con vistoso traje en tono rosa de volantes y toquilla de color claro. Al fondo se divisan diversas casetas de lonas blanquecinas, en una de las cuales aparece un majo sentado sobre burda mesa entre toneles de vino. Fuera, otra vendedora ofrece su producto sentada en el suelo. Coronan la escena la bandera rojigualda que emerge de entre las casetas y la Giralda que destaca galana y esbelta, ambas como referencia al carácter nacionalista del costumbrismo sevillano.

Gerardo Pérez Calero