Patio interior, Sevilla
Manuel García Rodríguez

Patio interior, Sevilla

1920
  • Óleo sobre lienzo

    59,7 x 69,9 cm

    CTB.1995.12

  • © Colección Carmen Thyssen-Bornemisza en préstamo gratuito al Museo Carmen Thyssen Málaga

Empleando una perspectiva central un tanto forzada, García Rodríguez nos propone una composición con unas claras intenciones descriptivas. La escena recoge la tranquila vida doméstica en el interior de un patio sevillano en una soleada mañana dominical. La mantilla con peineta de una de las mujeres de la pareja que conversa, así como el misal que porta entre sus manos, parecen confirmarlo. Su compañera, en cambio, porta mantoncillo, flores en el pelo y abanico; parece de extracción popular, pudiendo tratarse de una vecina o sirvienta.

Ya en 1896 el comentarista E. Sedano, refiriéndose a los paisajes de García Rodríguez, recogía la opinión de que «simulan decoraciones de teatro. Fondo primero y laterales después». La escena, entre teatral y escenográfica, bien pudiera servir de telón de fondo para cualquiera de las comedias de los hermanos Álvarez Quintero, o servir también de escenario con cruce de personajes de las novelas de temática sevillana de autores del momento, como Pérez Lugín, Muñoz San Román, de las crónicas de J. Andrés Vázquez, o de los relatos costumbristas de moral edificante del que fuera canónigo y amigo personal de nuestro artista, Muñoz y Pabón, fiel custodio e inspirador también de las costumbres y devociones populares sevillanas.

La hora del mediodía permite contemplar con complacencia los efectos de luz que envuelven balcones, flores y detalles: el airoso y sensual conjunto de la buganvilla roja que se apoya sobre la columna central; las tupidas macetas de geranios y claveles, trepadoras e ipomeas que se enredan en los balcones de las galerías altas a la izquierda del conjunto; o las macetas de kentias dispuestas bajo las arcadas. Se trata de un verdadero muestrario de interiorismo sevillano, en el que en un mismo espacio coexisten elementos señoriales y de la tradición popular, vistos con una mirada en gran parte renovada por las estéticas modernistas y sus efectos: luz, policromía y cierto dinamismo visual, dentro de un universo sensual o paraíso doméstico. Las numerosas jaulas con canarios cantarines, las rejas de forja, la cancela de traza sinuosa que conecta con el zaguán y, a través de éste, con la plaza exterior de la iglesia, la fuente centrada adornada con macetas de crisantemos, los zócalos de azulejería trianera, las macetas de cerámica de época que contienen las palmeras exóticas, el suelo de olambrillas, y hasta el conjunto de sillas chippendale; todos los elementos descritos hablan de un contexto de detalles que regalan los sentidos, e ilustran sobre un pasado esplendor.

Historia, pasado popular, luz, colorido, sonidos y murmullo doméstico placentero, constituyen, sin estridencias, el ámbito de lo femenino y entrañable. Toda una valoración de lo sevillano nada ajena al artista, que se sitúa en los debates sobre la singularidad de la arquitectura sevillana –con la que se identificaría–, como rasgos locales de ostentación de clase, a la vez aristocratizante y tradicional; la nueva burguesía sevillana en los prolegómenos de la Exposición Iberoamericana de 1929.

Juan Fernández Lacomba