Pareja de majos
Eugenio Lucas Velázquez

Pareja de majos

1842
  • Óleo sobre lienzo

    81 x 63 cm

    CTB.2013.71

  • © Colección Carmen Thyssen-Bornemisza en préstamo gratuito al Museo Carmen Thyssen Málaga

El romanticismo pictórico tuvo en Eugenio Lucas uno de sus más entusiastas valedores, especialmente en el desarrollo de lo que la historiografía ha dado en llamar costumbrismo madrileño. Ebanista de profesión, manifestó su vocación tardía como pintor, acudiendo a la Academia para recibir una parca formación que, ostensiblemente, no le interesaba. Lucas prefirió formar su universo pictórico a partir de la copia reiterada, casi compulsiva, de los maestros que podía estudiar en el Museo del Prado, fundamentalmente Velázquez, Teniers y, sobre todo, Goya, por el que sintió auténtica devoción y que ejerció una clara labor de faro y guía en su trabajo.

A pesar de no discurrir su trayectoria por los cauces académicos e institucionales habituales, alcanzó rápida notoriedad en Madrid, de manera que si sus primeras telas están documentadas en 1841, muy pocos años más tarde su carrera parece ya consolidada. En un corto lapso de tiempo obtiene notables logros, como el encargo de la decoración al temple del techo del Teatro Real de Madrid, el nombramiento como pintor honorario de cámara por el paisaje o la distinción de caballero de la orden de Carlos III. En 1855 se acrecienta su prestigio al concurrir a la Exposición Universal de París con dos pinturas por las que recibe comentarios favorables y al aceptar la encomienda de tasación de las Pinturas negras de Goya. Reunió una nutrida clientela que le proporcionó una posición económica más que desahogada hasta el derrocamiento de Isabel II, ya que buena parte de sus comitentes se exiliaron con la reina. Los viajes realizados por diversos países europeos e incluso quizá Marruecos, así como su amistad con Édouard Manet, terminan de dibujarnos la dimensión de su figura.

Debió de ser un hombre de fuerte carácter, tremendo arrojo y profunda sensibilidad. Tras su muerte en 1870 fue olvidado por la crítica, hasta que a comienzos del siglo XX la historiografía recupera su memoria de la mano del coleccionista José Lázaro y del también pintor Eugenio Lucas Villaamil, hijo habido de su relación extramatrimonial con Francisca Villaamil.

Lucas es ante todo un gran observador, un pintor vital a la búsqueda incansable de la luz, el volumen, el movimiento y el color que destilan la vida que le circunda. Una realidad dinámica que trata de capturar eludiendo la precisión lineal del dibujo, por el que se siente constreñido. Su impresionante versatilidad y su carácter inquieto le hacen afrontar asuntos y abordar técnicas bien dispares, explorando un amplísimo abanico de géneros que abarcan desde los más clásicos, como la alegoría o el bodegón, hasta otros más propiamente románticos como el retrato, el paisaje, la vista de interior, la sátira política y religiosa o el asunto de inspiración orientalista. No obstante, el costumbrista es el género más representativo de su producción. Dentro de esta corriente su temática predilecta es el asunto taurino, del que plasma capeas populares y corridas de toros en todos y cada uno de los momentos del lance. Si observamos el conjunto de su obra taurina nos percatamos de que el verdadero interés de Lucas no reside tanto en el desarrollo de la lidia sino en todo lo que ésta genera, prestando especial atención al público que la frecuenta, como prueba el lienzo que nos ocupa.

Si bien existe constancia documental de la participación de Lucas en la Exposición de la Academia de 1841, los cuatro trabajos que allí presentó no se conservan o no han sido identificados. Por lo tanto, Pareja de majos (también llamada Majos), junto con Los bandoleros, fechados ambos en 1842, son las primeras creaciones pictóricas que conocemos firmadas por él. En este cuadro, considerado así primer testimonio de los inicios de su carrera, podemos advertir los elementos que constituirán las constantes de su pintura.

En la composición reparamos ya en ese característico protagonismo del celaje y en el juego de planos de luz contrastados, como recurso utilizado para dotar de profundidad y movimiento a la obra. La penumbra del primer plano adquiere notoriedad a través del vibrante colorido que despliega en los protagonistas de la escena de galanteo. Junto a la amplia mancha roja que aporta el galán, realza la figura de la maja con esos toques dorados que lucen en la hombrera, la manga y la basquiña. El segundo plano, en el que se sitúa la anciana celestina y parte del público, se mantiene umbrío generando así profundidad, mientras el abocetado albero, los palcos que conforman el coso y el celaje del último plano añaden claridad a través una paleta luminosa, cuya uniformidad es rota nuevamente por ligeros toques de pincel en azul.

El tipismo de los manolos y majos, que se nutren directamente del genio de Fuendetodos, ocupa el lugar central sobre el que oscila todo el imaginario de Eugenio Lucas. De ellos destaca siempre el aspecto más pintoresco y anecdótico a través del tema del requiebro, la cita, el galanteo o la lisonja, ya que estos personajes, sus actitudes y gestualidad, satisfacen plenamente la recurrente preocupación del artista por los mismos elementos: luz, color, movimiento, narrativa y, en definitiva, expresión.

Asunción Cardona Suanzes