Jugando en el parque
Manuel Cabral Aguado Bejarano

Jugando en el parque

c. 1845
  • Óleo sobre tabla

    65 x 45 cm

    CTB.2013.11

  • © Colección Carmen Thyssen-Bornemisza en préstamo gratuito al Museo Carmen Thyssen Málaga

Pocos años antes de su fallecimiento, en 1891, Manuel Cabral Bejarano firmó y fechó esta pintura, que es un perfecto prototipo, claro y específico de la forma de pintar que este artista adoptó en el período final de su vida. Ciertamente, Manuel Cabral Bejarano había sido décadas atrás uno de los más característicos pintores del romanticismo sevillano y desde 1850 hasta 1865 fue uno de los artistas más representativos de este período. Pero finalizado el reinado de Isabel II, el espíritu romántico comenzó a decaer en toda España y especialmente en Sevilla, donde a partir de la última fecha señalada, la pintura se orientó hacia el realismo, para describir de forma puntual cualquier incidencia de la vida cotidiana, ya sin el encanto ni la poética que había poseído en épocas anteriores.

Estas circunstancias se constatan perfectamente en la producción tardía de Manuel Cabral Bejarano, y concretamente en esta pintura en la que una joven y elegante madre aparece jugando con su hija pequeña en un parque que bien pudiera estar inspirado en los sevillanos Jardines de Cristina. Compuesta con la habitual habilidad que poseía este artista a la hora de componer, vemos cómo ha dispuesto una escalinata como motivo central que divide en dos partes el espacio escénico. Allí, sobre la escalera, ha colocado la estilizada silueta física de la hermosa dama que mira con complacencia a su hija y atiende a su conversación. Lleva un hermoso vestido rosa palo con volantes de encajes, una mantilla negra anudada sobre los hombros, al tiempo que se protege del sol con una sombrilla. Así, el artista acertó a crear un motivo que centra la composición y que se distingue por su refinamiento y exquisitez.

Al pie de la escalinata figura la niña, que atenta a la presencia de su madre juega con un aro. Lleva un gracioso vestido infantil, con un aparatoso lazo rojo y se cubre con un lindo sombrerito. Completa la escena un pequeño perro que contempla a sus amas desde lo alto de la escalera. Las tres figuras están perfectamente interrelacionadas con una bien resuelta solución compositiva. Llama la atención en la obra la precisa observación que el artista ha tenido de la moda femenina de su época y la fidelidad con que ha traducido las vestimentas de los dos personajes, que revelan la pertenencia de madre e hija a la alta sociedad sevillana en los años finales del siglo XIX.

También es muy interesante la descripción de la parte superior de la escena donde aparece un fondo de exuberante vegetación en el que destaca el perfil de una palmera. Tal y como eran los Jardines de Cristina que enlazaban con el Paseo de las Delicias, podemos ver altos pedestales en los que se sitúan esculturas que intensifican notablemente la elegancia y distinción del escenario.

Treinta años habían pasado ya desde que Manuel Cabral Bejarano había protagonizado las más vistosas experiencias pictóricas del romanticismo sevillano. Crecido a la sombra de su padre, Don Antonio, que fue el patriarca de este estilo pictórico en la ciudad del Guadalquivir, Manuel había interpretado perfectamente con sus pinceles las mejores esencias populares sevillanas, describiendo escenas en las calles, en las casas, tabernas, figones, escenas de baile en elegantes salones, solemnes procesiones, bailes en las casetas de feria, bautizos o escenas de las más populares obras de teatro y de la ópera. En suma, fue Manuel Cabral Bejarano, el más representativo de la segunda generación de pintores románticos sevillanos, dejándonos en sus lienzos un admirable y atractivo reflejo de la vida de Sevilla. Sin embargo en 1882, cuando firma esta escena que acontece en un parque sevillano, todo aquel amable mundo romántico había desaparecido para siempre.

Enrique Valdivieso